En la primavera de 1974, en los estertores del franquismo, a raíz de la desaparición de un niño, un grupo de escolares se rebela contra la tiranía de los maestros y los continuos castigos que ocurren intramuros de una institución pública de enseñanza de la época, el Colegio Nacional Amanecer, en el humilde barrio de Usera, al sur de Madrid. Tan insólito suceso y la extracción de un cadáver carbonizado del fondo del río Manzanares, agitan ese microcosmos languideciente que había girado en torno a una vida rutinaria y gris, donde casi nuca pasaba nada.

Como periodista y colchonero a partes iguales, Enrique ha volcado sus esfuerzos como informador desde 1988 en ofrecer un buen servicio periodístico cubriendo reportajes centrados especialmente en el área de Sociedad, tanto para TVE como para Telecinco. Ahora, se pone detrás de las páginas en blanco iniciando su carrera como escritor de novelas con la publicación de Los niños de los árboles, para Editorial Mirahadas.

Lo que iba a ser un libro sobre fútbol se convirtió en una novela costumbrista y policiaca

  • Los niños de los árboles, se trata de su debut como novelista, ¿Qué le ha empujado a iniciar esta aventura que es la escritura?

Fue un impulso que me llevó a revivir los años de mi niñez, en las postrimerías del franquismo. Y ocurrió al salir del Estadio de San Siro, hace cinco años, en Milán, después de perder el Atleti su tercera Copa de Europa, frente al eterno rival. Algunos niños lloraban desconsoladamente por la derrota y me sentí reflejado en ellos, durante aquella primavera del 74. Lo que iba a ser un libro sobre fútbol, sobre el Atleti, se convirtió en una novela costumbrista y policiaca, de una época determinada.

  • Y, ¿por qué ahora, después de tantos años en la profesión de periodista?

Creo que la pasión de novelista siempre estuvo latente en mí, faltaba ese impulso. Por cierto, a veces las amargas derrotas son más productivas que las victorias. Si hubiéramos levantado la Copa “Los niños de los árboles” probablemente no hubieran salido nunca a la luz.

  • Usted, como reportero, mantiene una relación directa con la realidad de la sociedad actual, ¿por qué decidió embarcarse en la narrativa de ficción?

Ya sabemos el dicho, la realidad supera a la ficción. De hecho, la novela que más me apasiona es la realista, puede ser una realidad mágica, inaudita… pero siempre verosímil. Incluso en la ficción lo que más me apasiona es lo cotidiano. Y es en eso, en el día a día de la vida de los personajes, donde creo que mejor me desenvuelvo, periodística y literariamente. Y a veces ambos campos confluyen al intercalar la crónica en la narración.

  • Su novela transporta al lector a la España de los años 70, en Madrid, ¿Qué hay detrás de ese salto atrás en el tiempo?

Como decía antes, la necesidad de trasladarme a la niñez. Y quizá reflejar, por un lado, cómo hemos cambiado: radicalmente en algunos aspectos. Y, sin embargo, algunos temas siguen muy vigentes.

  •  Usted es de Madrid, así que es de suponer que el escenario y la época escogidos están conectados a su propia infancia, ¿es así?

Así es. A mí barrio, la Colonia Moscardó, en el barrio madrileño de Usera, y a mayo del 74. El barrio era tu universo entonces. Solo en contadas ocasiones salías de sus calles, que te parecían enormes. Vivías en la capital de España, pero era como si habitaras cualquier recóndito pueblo del país, tenías allí mismo el colegio, el mercado, el cine… Las pocas veces que ibas al centro decías, voy a Madrid.  Lo mejor de aquellos años sin móviles, juegos de ordenador… era la inventiva para estar a todas horas disfrutando en la calle de un centenar de juegos. Calles con arena, no todo con cemento como ahora.

  • La acción tiene lugar un año antes de la muerte del dictador Francisco Franco, ¿cómo de relevante es este dato para la construcción de la atmósfera de su historia?

Es un dato clave, en la novela y en la infancia de aquella época. Seguramente la mayoría de los niños no sabíamos qué eran la democracia y la libertad y suponíamos que los castigos escolares y en algunos casos paternos eran propios de cualquier sociedad. Pero fue morir Franco y dejaron de pegarnos en el aula. La disciplina dejó de ser férrea y dolorosa de la noche a la mañana. Ahí no hubo transición. Aunque la democracia más práctica llegó al poder beber entre clase y clase, antes solo podía beber el profesor, a quien mirábamos embobados y muertos de envidia cómo se llevaba un vaso de agua fresca a la boca.

  • Usera, ubicación donde tienen lugar los eventos de Los niños de los árboles, es uno de los barrios reconocidos como más “humildes” de la capital, ¿Cómo de importante es el comentario social en el fondo de su novela?

Usera, hoy conocido como el Chinatown de Madrid por albergar a la mayor comunidad china de España, era entonces uno de los barrios humildes del sur de Madrid. En la novela trato de pintar un cuadro costumbrista de la vida de aquella época que puede trasladarse a la mayor parte de escenarios populares de las ciudades y pueblos de España. En las casas no había casi nada y la vida se hacía eminentemente en la calle y solo subías cuando te llamaba tu madre a gritos por la ventana. Conocías la vida de cada vecino y en verano, al llegar la noche, se tomaba la fresca en la calle porque en casa no se podía estar. Se comía carne una vez por semana, te bañaban solo los domingos, día que lucías tu mejor indumentaria, los niños fumaban en bodas y comuniones y era normal que bebieran vino con casera o sifón y quina Santa Catalina, de 13 grados. Solo había un canal de televisión -dos para los más afortunados-, ósea que todos veíamos lo mismo. Teníamos una vida tan parecida que creo que hasta debíamos soñar lo mismo y el mismo personaje solía aparecerse en las pesadillas: el malvado hombre del saco.

  • El grupo de niños protagonista de la novela podría etiquetarse de “rebelde” frente al orden escolar establecido, ¿Es algo con lo que usted se proyecta, cuando era niño, al menos?

En esa rebelión y en la forma de acometerla entra de lleno la literatura. No éramos héroes en la vida real, en el colegio teníamos más miedo que otra cosa. Siempre pensé que fui buen estudiante para evitar los reglazos, el encierro en el oscuro ropero o la crucifixión con una pila de libros en las palmas de las manos. Y, a pesar de todo, no me libré de los castigos.

  • La ruptura con la rutina es otro de los puntos clave de Los niños de los árboles, ¿Hasta qué punto puede resultar cambiante para un niño algo tan truculento como la muerte de alguien de su edad?

La desaparición de un menor es el detonante para la rebelión de los niños de los árboles, que anticipa en el fondo el albor de una nueva época que no tardará en llegar y el fin de otra impositiva adoctrinada, rutinaria y gris, aunque vitalmente muy compartida con tus vecinos.

  • ¿Cómo nota que influye su experiencia como narrador de hechos reales a la hora de escribir prosa de ficción?

Especialmente creo que puede influir en el estilo. Como narrador de reportajes de televisión la importancia de la imagen es crucial. Precisamente en nuestro oficio, cuando no disponemos de suficientes planos, tendemos a recurrir al adjetivo para ayudar al espectador a imaginarse la historia. Cuando vamos sobrados de recursos audiovisuales “la imagen vale más que mil palabras”. En “Los niños de los árboles” cada página es una escena que el lector puede dibujar en su mente, como en una película. No pocos de los que ya han leído el libro es lo primero que me dicen: “esto es una peli”.

  • La memoria histórica es una temática con cada vez más presencia en el panorama de la sociedad actual, así como mediática, ¿Cree que es algo que la literatura puede ayudar a visibilizar, ahora, más que nunca?

Revivir esa parte de nuestra historia -las postrimerías del franquismo- y al mismo tiempo la infancia de los nacidos a mediados de los 60 -los del llamado boom de la natalidad-, es una de las razones de esta novela. Seguramente se ha escrito menos y hemos visto menos cine de esta época que de la recurrente guerra civil o la postguerra.

  • ¿A qué tipo de lector le recomendaría la lectura de Los niños de los árboles?, ¿A adultos y a jóvenes por igual?

A adultos y jóvenes por igual. A los adultos porque se van a sentir identificados; a los jóvenes porque se van a sorprender de la vida de sus padres. Y a todos porque espero engancharles con el misterio de la novela.

  •  ¿Qué le llevó a querer editar y publicar el libro junto a Editorial Mirahadas?

El trato recibido desde el primer instante, el cariño con el que acogen tu obra. Las personas son muy importantes en Mirahadas.

  • ¿Cómo está siendo el proceso editorial para usted?

Me estoy divirtiendo, estoy disfrutando de todo el proceso antes y después de la publicación. Es una aventura que animo a emprender con Mirahadas como avezado compañero de viaje.

  • Una vez publicada su obra, ¿planea continuar escribiendo obras de ficción?, ¿Alguna centrada en el fútbol, quizás?

Seguramente, pero al igual que con “Los niños de los árboles” lo haré en el momento que sienta esa necesidad. El mundo del periodismo y la televisión probablemente estará presente, pues lo he mamado durante más de 30 años. Y en lo que dominas te desenvuelves mejor.

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    Valme Jiménez

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